movimiento central

murgaPor un tiempo demasiado largo, lo único que pudo llamar Murga, que le pertenecía como tal, fue su bicicleta, más vieja que él. Quizás por los golpes de pedal, los chirridos de metal que marcaba con sus piernas. Más que quejas, sonrisas de un ritmo callejero. O quizás por la memoria y el deseo de latitudes acostadas bajo la falda del mundo, lugares sin sustancia por los que iba vagabundeando como una bicicleta en primavera, pero siempre dando vueltas por las calles dibujadas de la isla o arriba y abajo por una bota de tierra demasiado real. Ahora dos ruedas primas vestidas de fresa y nata lo van llevando a veces donde un bombo inesperado truena más fuerte, dobla las rodillas, estira las piernas hacia arriba y las acerca al corazón. En esos momentos sagrados, no es de allá ni de acá. No procede, anda.
Ahora ya no importa donde se ubique, si sus propias latitudes lo reconozcan a pesar de la distancia, o si a esa larga lengua de sueños le pertenezca o menos por elección sentimental y no por nacimiento. Ahora va pedaleando en el aire, y un viento de otras piernas y brazos lo empuja. Si no fuera por otros cuerpos, no existiría ni a medias. Ahora que su latido suena a platillo, la espalda le cruje sólo en la jaula de la silla. Suda y fuma lo que tiene y no puede tener, otro país, otro idioma, un amor, todos los besos que no le tocan, la soledad que lo envuelve como un destino, lana de remate. Al final del desfile, cuando la tierra deja de temblar y ya no queda ruido que lo suspenda como un granito de polvo, se llevaría a la cama la cara pintada, para  no abrazar rencores sino esperanzas. Para seguir soñando en colores.

flipando_en_colores

No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.